domingo, 25 de febrero de 2018

Talking Heads: Fear of Music

Año de publicación: 1979
Valoración: muy recomendable

Cosas que voy a tener que agradecerle a este blog: enterarme, al buscar la imagen de la portada de que la edición de vinilo que compré allá por 1980, la que se publicaba aquí, ese había ahorrado ese tramado que asemeja la superficie a esa especie de plancha metálica antideslizante. Hasta hace cinco minutos, hubiera dicho que la portada reproducía la ahora añeja imagen del monitor monocromo verde. Y no.
Alternativa: cómo iban a montar una portada tan austera esos cuatro muchachos neoyorquinos, tres de los cuales se conocían de la escuela de diseño, que habían usado una curiosa imagen para su disco anterior, gloriosamente titulado More songs about buildings and food. Disco extraño, éste en el que ya contaron con la colaboración de Brian Eno, uno de esos cerebros ocultos de la música, aquel tío que tocaba teclados cósmicos en su paso fugaz por la primera formación de Roxy Music, antes de comprender que el ego de Bryan Ferry haría sombra a la mismísima Torre Eiffel. Eno, pues, toma las riendas del sonido en Fear of music y volverá a ello al año siguiente, en el totémico Remain in light.
Y se dice que Fear of music contiene en su primera canción, I zimbra. pelotazo afro funk cantada en un idioma extraño que hasta la fecha (pero es que soy muy perezoso) no he podido saber si es una lengua real o unos extraños fraseos que pensaron que podrían quedar bien allí, ahí, repito que ya me he perdido, está el germen de los abigarrados sonidos de Remain in light. En cualquier caso, el disco recupera un sonido algo más convencional, con canciones de título casi esquemáticos (Paper, Mind, Electric guitar), aunque las estructuras de éstas pasan a volverse más maquinales, dominadas por las bases rítmicas, con una obvia influencia del krautrock, revelando matices que pueden parecer rígidos, intimidatorios, hasta ariscos, como para demostrar que la actitud punk en 1979 no tenía que pasar necesariamente por hacer música que sonara punk, y que esa actitud, en su vocación bastarda y mestiza, aceptaba de buen grado mezcolanzas e influencias de toda índole. Ello supone que Cities, con su entrada en fundido inverso, extraordinario efecto de producción que causa la extraña sensación de acceder a una canción que ha empezado antes con su poderoso gancho sonoro, enlace a la perfección con el proto-disco de Life During Wartime, indudable hito en la carrera del grupo, perfecta desde su título hasta su letra apocalíptica, como especie de oasis de ritmos convencionales en medio de canciones raras pero fascinantes, con letras extrañas pero con cierto aire de calidez. Hasta se permiten mostrar un mid-tempo de aires nostálgicos (Heaven, que fue objeto de un cover nauseabundo pasados unos años a cargo de Simply Red), que en ningún momento quiebra el aire arty y experimental del disco, cerrando una etapa previa a su ensalzamiento como fenómeno de masas. Separados en 1991, su influencia aún perdura, que se lo digan a Franz Ferdinand o a los LCD Soundsystem del excelente último disco.

domingo, 18 de febrero de 2018

Pet Shop Boys: Introspective

Año de publicación: 1988
Valoración: muy recomendable

Dos portadas blancas con dos hombres jóvenes quedan sustituidas por estas siete barras de colores que pueden parecer la bandera gay o la carta de ajuste de tonos de cualquier monitor de TV. Se esconden y llaman a su disco Introspective cuando es su disco más festivo. De hecho, algún purista todavía le niega la categoría de álbum. Un par de temas ya publicados, un par de versiones y dos temas nuevos, ninguno de los tracks dura menos de seis minutos y no hay baladas ni medios tempos por ningún lado, lo cual los aleja de la semblanza pop de Please o Actually.
Seamos más concretos: es 1988 y lo del house todavia no ha aterrizado con todas las de la ley y este par de tipos que ya han osado hacer una especie de rap blanco con West End Girls ahora ejecutan otro sacrilegio: acelerar una canción de Elvis Presley y engarzarla con una cosa de puros aires electrónicos y llamarla Always on my mind / In my House aunque, si hemos de reconocerlo prescindiendo de pre-concepciones, el bajo suena potentísimo (de hecho, es, según la BBC, la mejor cover de la historia) y el espíritu de la canción se mantiene incólume, como si esa velocidad no la despoje de ese aire melancólico. Pues vaya. Veamos, más cosas: lo de I'm Not Scared, canción que ya le han producido a un grupo fantasma (o eso parecía) liderado por Patsy Kensit (aquella rubita mona que luego se casó con Jim Kerr y luego con Noel Gallagher) tampoco suena nada mal, alargada y con el cambio de rol al ser interpretada por voz masculina. Incluso incorporan un inicio con ciertos aires marciales, como el que usarían en su siguiente disco para My october symphony, y la canción resulta cambiar y quedar perfectamente ahí. También reciclan una de sus míticas caras B. I want a dog se beneficia del aderezo de un piano de toques house cortesía de la remezcla a cargo del fallecido Frankie Knuckles, y el house vuelve a estar presente en la versión del prematuro clásico de Sterling Void It's alright, curiosamente muy mejorada con los aires pop en la versión corta elegida para el single.
Añadid a eso dos temas nuevos: Domino dancing, excursión en el electro de sonido más cercano a lo latino (de hecho, sus devaneos con los productores de la onda Miami se prolongarían hasta colaborar con Harold Faltermeyer), incorporando uno de los vídeo clips más explícitamente homoeróticos hasta ese momento, tono bailable, festivo, veraniego, soleado y lleno de equívocos y ambigüedades. Y me dejo para el final la auténtica gema del disco y, desde el mismo momento en que la aguja se posó sobre el vinilo y dio paso al extraordinario arreglo de cuerda que le da entrada, una de mis (y parece ser, de mucha gente) canciones favoritas del dúo: Left To My Own Devices, arrollador torrente donde surgen las artes de la producción de Stephen Lipson y Trevor Horn para arropar un ritmo imparable que parece totalizarlo todo, un disparo que no se conforma con los pies y avanza también hacia el cerebro, como una proclama de actitudes personales coronada por una de las líneas más memorables de la historia de la música popular: Che Guevara and Debussy to a Disco Beat.
Introspective representa una relativa ruptura. Para un grupo que vendía a espuertas, que era popular a nivel global, supuso un paso adelante al incorporar a sus elementos pop un montón de detalles vanguardistas que les procuraron el beneplácito crítico que (puede) echaban de menos.  

domingo, 11 de febrero de 2018

Zero 7: Simple Things

Año de publicación: 2001
Valoración: muy recomendable

Para que Simple things fuera su disco de debut, el bagaje de Henry Binns y Sam Hardaker, responsables de Zero 7, no era poca cosa. Antes de afrontar material propio habín aportado labores de remezcla a un ramillete bastante variado de artistas: desde el sobrevalorado Lenny Kravitz hasta los mitificados Lambchop pasando por N*E*R*D (el semi-desconocido proyecto de Pharrell Williams) hasta unos tales Radiohead o Terry Callier.
Trabajos que habían llamado la atención por su espectacular tratamiento del sonido. Uno diría que la palabra "suntuoso" ajusta a la perfección en esos arreglos solemnes, lujosos, repletos de cuerdas y vientos, alineados a partes iguales con bandas sonoras, con cierta corriente lounge en boga en el momento de la edición del disco (sin llegar a las derivaciones lisérgicas de grupos como The Gentle People o al cachondeo kitsch de The Mike Flower Pops). Pero con ciertas tendencias más clásicas: trabajos de Marvin Gaye o de David Axelrod son referencias obvias.
Simple Things combina música instrumental brillantísima: Polaris parece ser capaz de agitar ella sola una revisitación de todo el space-jazz, mientras Give it away parece homenajear a otros reyes del downtempo como Air, con sus delicadas guitarras acústicas, y End Theme cumple a la perfección con lo descrito en su título.
Pero la ubicación en la fama fugaz del grupo (seamos sinceros: sus siguientes discos dejaron bastante que desear al forzar una repetición de la fórmula que aquí triunfa de forma espontánea) cabe atribuirla a las extraordinarias canciones vocales al viejo uso que intercalaron aquí: piezas de ampulosos arreglos y aires soul y hasta blues donde demuestran un extraordinario gusto a la hora de elegir socios. Lanzan a a la fama a una desconocida (entonces) Sia en  Distractions, coquetean con el dub y el sonido jamaicano en la inicial I Have Seen y alcanzan el cielo en This World, balada apocalíptica donde las haya, auténtica enseña de un disco que es aún hoy un tour de force, un álbum sorprendentemente consistente que se enmarcó en la corriente downtempo, chill-out o cómo narices se etiquetara entonces con tal de venderla, en una época donde Napster ya empezaba a enseñar hacia dónde se aventuraba la industria musical como consecuencia de su desmedida avaricia.
Pero de eso no toca hablar hoy.

domingo, 4 de febrero de 2018

Happy Mondays: Pills 'N' Thrills and Bellyaches


Año de publicación: 1990
Valoración: casi imprescindible

Como si llamarse lunes felices no fuera suficiente provocación a la fauna urbanita, teníamos a la figura de Bez como integrante del grupo. Un tipo con cara de desquiciado (habría que ver qué es de él) que, dicen las malas lenguas, ascendió de su puesto de dealer para el grupo, a bailarín oficial y figurante en conciertos y videos del grupo sin otra finalidad que danzar con singular estilo, sin otra aportación que esa. Aunque dicen haberlo visto con una pandereta, alguna vez. 
Claro que en la Inglaterra de los 90 metida de lleno en la movida del house y en el Manchester habitado por el público de The Haçienda todo eso estaba más que tolerado, sobre todo cuando se publicaban discos como este, qué importaba si acreditabas a cualquier conocido si eras capaz de grabar este festín de confluencias de estilo que marcó los hitos de la mezcla de estilos aunque la mayoría de los que darían un brazo por sonar como este disco ni siquiera lo hayan oído.
Happy Mondays estaban liderados de forma indiscutible por Shaun Ryder. Individuo de aspecto desgarbado y de nulo atractivo, anti-héroe pop por antonomasia, heroinómano confeso que cantaba de forma extraña y desganada como si pasara por ahí, pero, por los mismos motivos, con la cercanía del amigote que te muestra que cualquiera es capaz de hacerlo. De hecho, toda la banda tenía el aspecto nada sofisticado de cuatro amigos que se juntan en un bar de polígono después de una jornada en un trabajo de mierda. De hecho, las modelos que figuran con aire desganado (aunque alguna parece hacer amago de intervenir en la canción o de que ésta no llegue a desagradarle) en el vídeo de Kinky Afro parecen estar a punto de escapar, no sea que alguno de esos guarros les fuera a hacer alguna proposición deshonesta. La canción, por cierto, ejemplifica el álbum: influencias disco (obvia toma del yippy-aya-yippy-yeye de Lady Marmalade), camuflada entre capas y capas de sonido abigarrado. Cualidad, esta extensible a las diez canciones del disco. Happy Mondays habían publicado previamente Bummed, donde habían contado con la producción de Martin Hannett, mito después de su trabajo con Joy Division, pero que no había explotado su poderío. Para Pills 'N' Thrills and Bellyaches cuentan con Steve Osborne y Paul Oakenfold, más vinculados a la onda electrónica y a la movida DJ, pero al fin y al cabo ingleses que comprendieron lo que el grupo quería. Y que lo asimilaron: las canciones contienen arranques imparables: Step On arranca con un piano de onda casi-house hasta que las guitarras ligeramente enguarradas con feedback dejan paso a esa extraña voz susurrada de Ryder: más tarde cederá hasta a la introducción de coros femeninos de tonalidades soul. Loose Fit enlaza un acorde inicial de tonalidades cinematográficas con un uso intensivo de bongos. Holiday muestra influencia pop y funk a partes iguales. God's Cop (gran título) arranca como si fuera a formar parte de un disco de The Beloved para dejar paso a unas guitarras que necesitan el espacio del que disponen, gracias a esa producción precisa y desinhibida.
Y poco más: aunque se las apañaron para que Tina Weymouth y Chris Frantz, (¡a sección rítmica de todos unos Talking Heads!) produjeran su siguiente disco (Yes, please!, fracaso comercial que hundió a su discográfica), tardaron poco en disolverse, a pesar de una fugaz resurrección parcial bajo la guisa de Black Grape (solamente con Ryder y Bez), poco más se ha oído la inconfundible voz de Ryder.